Es un momento mágico.
De repente, sin previo aviso, nace una idea.
Es una buena idea, no cabe duda. Una gran idea incluso.
Hacía mucho tiempo que no se te ocurría nada así.
La contemplas con sorpresa y, porque negarlo, con orgullo,
porque ese pequeño diamante te recuerda las riquezas que duermen en algún lugar
dentro de ti.
Después de tantas dudas, alcanzar tu sueño vuelve a parecer
posible.
Así que recuperas el ánimo, te reafirmas en lo que quieres
ser y vuelves a la escritura.
Te levantas antes, te acuestas más tarde y encuentras el
tiempo que creías no tener.
Pero los días pasan, tus palabras se amontonan sin gracia y
pronto resulta obvio que “eso” no es lo que querías decir.
Entonces regresa la frustración y, con ella, las dudas.
¿Y si tu gran idea no era más que un delirio?
Tal vez no eres más que un loco que persigue fantasmas.
¿No sería más sensato olvidarse de todo?
—
Aunque a veces dudes de ellas, tus ideas no son el
problema: si pudieron brillar en tu cabeza, seguro que pueden brillar en la de
otros.
El problema es cómo construir una historia a partir de
ellas.
Pero estamos aquí para eso, ¿no?
Ayer te hablé del método de escritura que te
ayudará a conseguirlo.
Y te hablé de las tres estrategias que lo sustentan.
¿Empezamos con la primera?
Inventar primero, redactar después.
Cuando empiezas a escribir, apenas tienes nada.
Si estás escribiendo ficción, tal vez tengas un par de
ideas para el protagonista. O unas pocas anécdotas para la trama.
Si vas a escribir sobre tu vida (o sobre tu forma de ver
las cosas), sin duda tendrás más material, pero ni la más remota idea de cómo
organizarlo.
¿Cómo ponerte en marcha?
La tendencia natural será sentarte delante del ordenador,
arremangarte la camisa y empezar a escribir por el principio con la esperanza
de que las palabras vayan mostrándote el camino.
Parece lógico, pero es mala idea.
Para entender cómo deberías abordar el proceso de
escritura, primero necesitas tener claro que escribir son, en realidad, dos
oficios:
- El
oficio de creador (o diseñador), que consiste en
desarrollar, a partir de una primera idea, el gigantesco entramado de
conceptos e imágenes que forman un texto.
- El
oficio de comunicador, que consiste en encontrar las
palabras apropiadas para que ese mundo que ves en tu cabeza pueda cobrar
vida también en la mente del lector.
Debería resultar obvio, pero déjame subrayar que son dos
oficios tan diferentes como exigentes y que abordarlos a la vez es siempre mala
idea.
Si empiezas a redactar tu historia cuando tu imaginación
aún la está inventando, estarás atando una bola de presidiario al pie del
ave del paraíso.
Tu imaginación y tu creatividad intentaran volar al mundo
de tu historia, pero se verán obligadas a volver al papel una y otra vez para
decidir si ese adjetivo o ese verbo son los más apropiados.
Demasiado pedir.
Lo único que conseguirás será un planteamiento más insípido
y un redactado más pobre.
En cambio, si te centras primero en diseñar tu obra y
te despreocupas (por el momento) del redactado, soltarás lastre y tu
creatividad será libre para dar lo mejor de sí.
Aunque no es necesario (ni aconsejable) que inventes todos
los detalles de tu obra en esta fase, por lo menos deberías aclarar cuál será
el esqueleto de tu argumento (si es que vas a escribir un ensayo) o quienes
serán tus protagonistas y cuáles los puntos clave de la trama (si es que vas a
escribir ficción).
Este diseño preliminar será una guía de valor inestimable
cuando empieces a redactar.
Una advertencia: todo lo anterior no implica que no puedas
escribir nada hasta que tengas claro qué vas a contar.
Al contrario.
Es muy probable que en esta fase de "diseño"
escribas mucho.
Pero no te confundas.
Todas esas palabras no serán para el lector, sino para ti,
para ayudarte a pensar.
Escribe mucho, si eso te ayuda, pero no te preocupes por la calidad de lo que escribas.
Olvídate del estilo.
Olvídate de la ortografía.
Olvídate incluso de que tu texto se entienda.
Todo lo que escribas será solo para ti.
Deja que las palabras que fluyan, sin más.
Libérate de todas las ataduras y da rienda suelta a tu imaginación.
Esta dinámica te permitirá descubrir más ideas y más deprisa.
Y cuando termines con ello y ya tengas claro qué vas a contar, colócate el sombrero de escritor-comunicador y céntrate en cómo lo cuentas.
Y esto no es todo...
La otra gran virtud de diseñar tu obra antes de redactarla es que te ahorrará muchísimo tiempo.
¿Por qué?
Porque si, temerariamente, decides empezar a escribir sin saber hacia dónde vas, dime, ¿qué ocurrirá cuando descubras que tu historia (o tu argumento) se ha metido en un callejón sin salida?
Si te ves obligado a reorganizar el planteamiento de tu obra, ¿qué harás con todas esas frases, escenas y capítulos que te costó horrores escribir y que ahora no cuadran con lo que vas a contar?
No lo dudes: diseña primero y redacta después.
Todo son ventajas.
—
Con esto ya tenemos controlado el primer pilar de nuestro método.
Dos más y tendremos listo un proceso de escritura que saque lo mejor de ti.
Mañana seguimos.